Rakú Wikaráame (Palma que canta) - Coro rarámuri

Coro rarámuri
Rakú Wikaráame (Palma que canta) en homenaje a Erasmo Palma


La serie Y lo Seguimos Tocando está dedicada a todas aquellas comunidades indígenas que por diversas circunstancias parte de sus integrantes se han visto obligados a emigrar a las grandes ciudades, modificando sus códigos de convivencia y relación intercultural. En este proceso, las agrupaciones musicales y dancísticas representan algunos de los campos donde reproducen su identidad, no obstante las dificultades de recrear fielmente sus tradiciones y costumbres. Existen diversas asociaciones u organizaciones indígenas migrantes dentro y fuera del país que se niegan a perder su identidad y han encontrado en la base de su estructura de cargos tradicionales, así como en nuevas formas de organización, la posibilidad de cohesión que les permite sobrevivir aun en condiciones adversas. La continuidad de su historia generacional se asegura depositándola muchas veces en los niños, nuevos portadores de la memoria que tendrá inevitablemente que enfrentar el futuro y que será, sin duda, nutrida por su actual entorno.
El presente fonograma está dedicado a las voces cantoras de las niñas rarámuri, residentes en la ciudad de Chihuahua, y a sus maestros; juntos han conformado el coro Rakú Wikaráame (“palma que canta”), que nos ofrece un valioso ejemplo de reproducción de la cultura.

¿Quiénes son los rarámuri?
El grupo rarámuri “de pies ligeros” o tarahumara, habita en el noroeste de México, en el estado de Chihuahua. Su territorio está situado en una parte de la Sierra Madre Occidental con grandes barrancas. Así, puede conocerse a los rarámuri de la Alta y de la Baja Sierra, en donde, a pesar de sus diferencias, las costumbres de ambas regiones son muy similares.
La región que habitan es de clima extremoso, con barrancas muy calurosas y cimas muy elevadas y frías. Este territorio es habitado además por warihó (guarijíos), ódami (tepehuanes), o’ob (pimas) y no indígenas. También hay grupos rarámuri migrantes en las principales ciudades de Chihuahua, Coahuila y Durango.

La importancia de la música entre los Rarámuri
Comprender la música requiere de centrarse tanto en la interpretación de los sonidos musicales como en el contexto social en el que se producen. Entre los tarahumaras, la música frecuentemente se asocia con la danza y el canto, aspectos donde se centra su creatividad, por tratarse de elementos y comportamientos simbólicos y estéticos que forman parte de la memoria histórica, que reproduce los significados que sus antepasados establecían en relación con su vida social. Por lo tanto, forman parte de los campos semánticos a través de los cuales se da sentido al entorno, al universo en el que se integra la sociedad tarahumara.
La danza y la música entre los tarahumaras son dos componentes esenciales de la fiesta, considerada como su única forma de expresión religiosa, donde se refleja su cosmovisión. De acuerdo con Pedro de Velasco, para los tarahumaras el cumplimiento de los deberes religiosos, entre los que se encuentra danzar, es considerado una de las normas fundamentales de su moral, al mismo tiempo que se vincula estrechamente con la conservación de sus tradiciones e identidad. Es decir, los tarahumaras han concentrado prácticamente toda su creatividad —intelectual y artística— en las fiestas, en relación con un conjunto de valores fundamentales vinculados a su pertenencia a un grupo social.

En la música y la danza se expresan, además de valores, los ciclos naturales y las oposiciones o contradicciones de su universo: “En el ciclo de primavera las fiestas son alegres, como lo expresa la danza, el atuendo colorido y el sonido de los violines y guitarras en el baile de los matachines, típico de las fiestas de Pascua, de Navidad y de Reyes, así como en el baile del pascol.
En el ciclo de invierno, por el contrario, las danzas son austeras; se baila casi desnudo al compás de la tambora y la flauta, dramatizando la lucha entre los pintos y los fariseos contra los soldados y remontando el arquetípico combate entre "el bien y el mal”. La fiesta es también una forma de “ayudar a Dios”, participando en la lucha entre el bien y el mal, es decir entre Dios y el Diablo.
Para los tarahumaras las fiestas revisten tal importancia que su calendario y sus actividades se organizan en función de ellas. Son las actividades que más ocupan en tiempo y dinero. Como se dijo, toda fiesta tiene un carácter religioso y constituye el único acontecimiento social en la vida de los tarahumaras.

La ceremonia de las raspas del jícuri (peyote) se realizan en el periodo que transcurre entre la cosecha y la próxima siembra, siendo el familiar el ámbito de ejecución. El tutuguri-yúmari se baila durante todo el año de acuerdo con la decisión de cada grupo familiar. A nivel comunitario (pueblo) se realiza entre los meses de mayo a junio, para propiciar la llegada de las lluvias. El “bailar matachín” se realiza en el templo de acuerdo con un calendario fijo, 3 de noviembre, y en el periodo que va del 12 de diciembre al 6 de enero, pero también el resto del año en los ranchos, de acuerdo con la decisión de las familias, con excepción del periodo en que se baila fariseo.
El “bailar fariseo” se realiza en el templo con relación en un calendario semifijo en correspondencia con la Cuaresma católica. La música también forma parte de los rituales mortuorios, en los que se toca violín mientras algunas personas bailan con los pasos arrastrados de la pascola. En ocasiones también intervienen un cantor wikaráame y danzantes matachines. Se dice que la música y los bailes tienen por objeto divertir a los muertos y contentarlos. Los cantos del wikaráame, acompañados de sonajas y de guajes entonando las líneas del ritual tutubúri frente a las cruces donde se realiza el sacrificio de cabras y ovejas, tienen que ver con la preparación de la ofrenda de comida a Dios, a la cual también se unen los danzantes de matachines. Después se conjugan otros elementos: aparece un hombre que toca una flauta con una tonada diferente a la música de los matachines y luego surgen los tambores. No obstante, a veces la música también es una forma de entretenimiento. Un hombre puede tocar su violín por las noches antes de dormir; los niños pastores suelen llevar consigo también un violín para entretenerse durante el trabajo.

Migración y tradición
En muchas ocasiones la migración hacia las grandes ciudades no significa para los integrantes de los pueblos indígenas el abandono o la ruptura con su cultura, sino que a este nuevo contexto trasladan prácticas, valores, cosmovisión y otros elementos propios de su identidad, reproduciéndolos y recreándolos a pesar del embate de los medios, siempre bajo el espejismo de la modernidad y la comodidad urbana. Mantener viva una tradición en el entorno de apropiación común depende de la transmisión de valores y conocimientos a las generaciones recientes y se desarrolla en la enseñanza a los niños, a quienes se les exige un amplio compromiso social.
Actualmente, el conocimiento y la expresión de la música en muchas comunidades indígenas se han desarrollado en torno a escuelas o centros de enseñanza musical, con base en la herencia generacional o en el interés temprano sobre este importante oficio comunitario. Sin embargo, en las urbes las condiciones para establecer este tipo de actividades dificultan o modifican la tradición, siendo la continuidad el mayor y más importante logro. Esto conlleva la coexistencia de elementos tradicionales propios de su cultura con elementos ajenos, que serán asignados para que cumplan ciertas funciones, simulando las condiciones necesarias para permitir la transmisión de su historia y cosmogonía. La continuidad será la columna vertebral para resguardar su identidad.
Por ejemplo, en un principio la música de pascolas o la de matachines del pueblo rarámuri se realizaba con uno o varios raberi (violines o violas de manufactura local, poco más grandes que el violín occidental), con sawalas (maracas), que portaban los danzantes, y por pascoleras (guitarras de producción local). En la actualidad, las pascoleras han sido sustituidas por la guitarra sexta y los raberis poco a poco están siendo desplazados en muchas comunidades por el violín de fábrica adquirido en las ciudades.
Para este fonograma haremos una breve reseña de las manifestaciones musicales de una comunidad rarámuri migrante. Esta tradición fue instituida en la región de Guachochi, Chihuahua, por don Erasmo Palma, quien ha propiciado a través de su empeño constante la defensa, el fortalecimiento y la difusión de las expresiones artísticas rarámuri: poesía, pintura y, sobre todo, música. Sus composiciones musicales están basadas en los minuetes, las pascolas y los matachines de la Sierra Tarahumara, siendo este último género el que más ha utilizado en sus creaciones. Uno de sus grandes aportes fue añadir el canto, pues en la música tradicional rarámuri no se acostumbra cantar: “Sobre todo, mi gusto es que la gente cante en la Tarahumara, porque siempre hacían música sin letra. Y los hombres casi nunca cantan”, dice don Erasmo. Ha compuesto gran variedad de canciones, muchas de las cuales son religiosas y tienen muy buena aceptación en su comunidad. En 1975, junto con Carlos Preciado, fundó el coro del Internado de Niñas Indígenas de Norogachi, que tuvo numerosas actuaciones en diversas partes del país, incluyendo el Palacio Nacional. En este contexto, resulta obligado nombrar también a Juan Manuel Palma Bautista, hijo de don Erasmo, quien ha podido generar una trascendente mancuerna con la obra de su padre y con los coros infantiles rarámuri.

El trabajo más notable de Juan Manuel fue la fundación del coro Sewa Sewaárame “flor que florece”, formado por 17 niñas rarámuri de un internado de Guachochi. Este grupo fue de los más sobresalientes de la región de la Alta Tarahumara, en Chihuahua, al difundir en diferentes zonas y ciudades la música y las voces de su cultura. Don Erasmo Palma no sólo compuso canciones exclusivamente para las niñas, sino que las acompañaba con su violín.
Los ejemplos que se incluyen en este disco son justamente consecuencia de esta valiosa tradición. Es ahora que el maestro Marcelo Palma Bautista, hijo de don Erasmo, y su esposa Rosa Loya toman en sus manos la gran responsabilidad de mantenerla viva a través del coro Bakú Wikaráame “palma que canta”, mismo que está formado por niñas de padres rarámuri migrantes, residentes todas en la ciudad de Chihuahua. El coro empezó a tener presentaciones en público desde el año 2004 y, al igual que el coro Sewa Sewaárame, interpreta las canciones compuestas por don Erasmo.
Marcelo Palma es el director del coro y el que acompaña a las niñas con su guitarra; su esposa se encarga de enseñarles los cantos y de tocar la sonaja.

La señora Rosa conoce todo ese repertorio porque formó parte del coro de niñas del internado de Norogachi que fundó don Erasmo. Fue ahí donde conoció a Marcelo, con quien se casó y migró a la ciudad de Chihuahua. Expuestos a una nueva realidad y formas de convivencia ajenas a las propias, enfrentaron la urgente necesidad de establecer un vital eslabón cultural con sus raíces; como muchos otros pueblos indígenas migrantes, recurrieron a la música y la danza tradicional como uno de sus elementos más fuertes de cohesión social y confirmación identitaria, donde la memoria es pieza clave. Decidieron formar el coro Rakú Wikaárame, que en la actualidad está conformado en su mayoría por familiares, incluyendo sus hijas, aunque los integrantes van cambiando conforme el ciclo escolar; cuando termina, las niñas dejan el coro y se renueva la gente.
Al hablar de esta responsabilidad, el maestro Marcelo Palma enfatiza en la obra de su padre, quien le platicó: “Recuerdo cómo de pequeño, aun cuando ya tenía cinco años y no podía caminar por padecer un mal que me lo impedía, mi madre me cargaba en sus espaldas y escuchaba cómo cantaba una de las canciones más antiguas, Semati siyona ‘bonito cielo azul’". Continúa Marcelo: “Es un orgullo ser su hijo y es un placer interpretar su música y sus canciones... porque cada una de ellas tiene un mensaje”.
El maestro Erasmo Palma supo retomar con su trabajo los estilos tradicionales rarámuri para emprender su importante obra musical con su violín, su guitarra, su sawala y su voz. El maestro Marcelo Palma sustituyó la presencia del violín por el recurso del “requinteo”, no sólo como acompañamiento sino para formar la melodía. Algunas de estas canciones han sido “arregladas” por él para enfatizar lo que su padre quería dar, cambiando la letra o con “percusiones” en la guitarra. En cada presentación del coro Rakú Wikaráame se invita a la reflexión a través de sus cantos, y dice:
Tasi ga’ra ju nakichiwa, ganírega járopa narina… “No es bueno odiarnos, mejor vivamos en armonía”, Ganírega nima najírema ko… “Como hermanos todos, es mejor vivir”, y continúa diciendo: “Todos tenemos sentimientos, pero a veces no los expresamos… Éste es el sentimiento de don Erasmo, es de ustedes y para ustedes…”
La manifestación del mensaje a través del canto es para el tarahumara desde tiempos inmemoriales una expresión de identidad, como una necesidad humana de dar a conocer sus sentimientos, alegrías y tristezas.
Otro medio lo son las danzas, acompañadas principalmente entre los rarámuri con flautas, violines, guitarras y sonajas o maracas; ejecutadas en las grandes fiestas y ceremonias, en su mayoría se ofrecen para agradecer a Onorúame o bien para pedirle buenas cosechas y lluvias, y en otras para elevar una especie de penitencia por alguna persona fallecida o algún beneficio recibido.

"Toda mi familia, que se compone de seis elementos, canta y hace la danza, mi esposa Rosa Loya fue integrante del primer coro de niños creado en el internado de Norogachi, municipio de Guachochi, Chihuahua, allá por los años setenta.
"El coro Rakú Wikaráame da inicio formalmente el 2002 gracias a un proyecto ganado en PACMyC (Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias) de Culturas Populares, pues anteriormente habíamos incursionado en otros coros, como Sewá Sewaráame, de Guachochi, y Granja Hogar, de Chihuahua.
"La mayoría de las integrantes del coro Rakú son nietas de Erasmo Palma, sobrinas nuestras e incluso hasta nietas de nosotros. Esta inquietud tal vez la traigo de herencia, ya que desde que empecé a tener uso de razón me dio por cantar y danzar, pues mi padre don Erasmo Palma, que es uno de los precursores de la lengua rarámuri escrita, y nosotros hemos, por decir así, sacado esa casta de expresión musical, pues hoy a la fecha cuento con algunas canciones de autoría propia que en su momento daré a conocer.
"Siempre acompañé a mi padre en la música con la guitarra, pues él toca el violín, principalmente, aunque le da por tocar el instrumento que se le ponga enfrente. Por azares del destino o, digamos, por buscar nuevos horizontes en la vida, me fui a radicar a la ciudad de Chihuahua, y aunque nos vemos de vez en cuando, yo no he perdido esa inquietud de expresar nuestros sentimientos como rarámuri. Creo yo que la inquietud de expresar lo que sentimos es la necesidad de todo ser humano y a algunos se nos da la facultad de tener la gracia de poder hacerlo por medio de la música y el canto.
"Es y ha sido nuestra inquietud que nuestros sucesores como familia sigan conservando su lengua y sus raíces, y más que nada tengan una buena difusión, pues por medio de ésta existe la comunicación, que es la base del éxito en la obtención de resultados”.
Atentamente
Marcelo Palma Batista

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