El Festival Cultural de la Tierra Caliente rinde homenaje a Ricardo Gutiérrez Villa
8 diciembre 2007
La Jornada de Michoacán
CARLOS F. MARQUEZ
El Festival Cultural de la Tierra Caliente en su quinta versión rinde homenaje al violinista Ricardo Gutiérrez Villa, quien compartió que su amor por la música nace de la agonía que vivió durante 13 días de su infancia, gracias a lo cual descubrió un arte popular que lo ha llevado a recorrer distintos caminos, recopilando saberes y sentimientos para formar un bagaje que le permite hermanarse en la música tradicional tanto con los músicos calentanos, como con el mariachi y el folclor alemán.
La Asociación Música y Baile Tradicional le rinde homenaje a Gutiérrez Villa mediante el Festival Cultural de la Tierra Caliente, que inició ayer y concluye el próximo domingo en la cerrada de San Agustín, porque este músico ha intercambiado su música con leyendas de la música popular como Juan Reynoso, además de conocer las distintas variantes de la música tradicional de la Tierra Caliente según sus diferentes subrregiones.
Cómo todo músico popular, el vínculo de don Ricardo Gutiérrez con la música se remonta a los días de la infancia: “resulta que yo me crié a un lado de La Huacana, en el rancho San Ignacio. Ahí sembrábamos con mis hermanos y mi padre. En el tiempo que había muchos elotes, ya los últimos de septiembre, íbamos porque había una plaga de tejones que dejaba la tumbazón de milpa. Yo tenía como 11 años e íbamos con otros de mi misma edad a cuidar con los perros la milpa. Un día de tanto ir, yendo caminando y llevando lamparillas iba por delante para alumbrar el camino. Al caminar pisé una culebra que le llaman Hocico de puerco, me mordió y sentí cómo que me había quemado. De ahí nos arrendamos y a los 10 minutos comencé a sentir que no veía y que iba a reventar de la ponzoña del animal desgraciado. Al rato ya no podía pisar y la pata se me puso bien gruesa. ¡Esa fue la causa por la que llegué a la música!”.
Con los dotes de buen narrador y haciendo alarde de ser portador de una rica tradición musical, además de la apreciable tradición oral, don Ricardo va soltando la historia sin dejar que el interés se pierda. Platica de bulto, se ríe y con la memoria aún fresca continúa: “duré como 13 días sin saber dónde estaba yo, sin saber de mí, como cuando te duermes. Me echaron de remedios hasta que se cortara la ponzoña, dicen los que me vieron que me arrastraba como la culebra, y dicen que lo hacía porque no habían matado al animal aquel. Me pusieron en la pierna un sapo grande, abierto, lo rajaron por el hocico y cuando me lo pusieron me quedó la carne negra, como el color del zapato. A los 13 días desperté”.
Una vez recuperado de la mordida del Hocico de puerco, comentó que anduvo tres años con muletas y sin poder hacer las faenas del campo. Años atrás, cuando el vigor de sus piernas no se encontraba menguado, gustaba de acompañar en los fandangos a don Ambrosio Vázquez, un violinista que era compadre del padre de Gutiérrez Villa y que fue una figura fundamental para su iniciación en la música popular.
Sobre la bondad de Ambrosio Vázquez recuerda don Ricardo: “me regaló un violincito viejito que lo tenía al pie del fogón. Me dejó el violín afinado y de regreso a mi casa, en una hora ya podía tocar Dos palomas al volar y a los ocho días ya tocaba Juan Colorado y muchos sones, nomás de pura oreja y de escucharlas en el radio. Esa fue la historia, por eso me enseñé a tocar, porque no salí a trabajar”.
Sobre la aceptación de su padre respecto a que se dedicará a la música tradicional comentó: “mi papá primero me indujo a la música; nos compró una guitarra cuando éramos chiquillos y cuando tenía el violín me dijo: ‘te voy a decir lo que te va a pasar: te van a mentar la madre luego luego y tú eres corajudo’. Pues que me la mienten porque le toco bien al violín y no porque no sirvo, le dije yo”.
Mucho tiempo tocó en solitario don Ricardo hasta que pudo demostrar sus cualidades públicamente, pero para comprender el curso de su trayectoria, nos habló de su carácter andariego: “yo vivo en Apatzingán, pero mi mero pueblo natal es Nocupétaro, Michoacán, acá por donde está el Cristo milagroso de Carácuaro. En Apatzingán está un rancho que se llama El Seguidor, de donde era un grupo muy famoso: Los Hermanos Jiménez. Llegué ahí y estaba tocando un grupito de arpa; le pedían sones al del violín, pero nada podía tocar, sólo el Son de la Gallina y El pasajero. Yo me había tomado unas cinco cervezas y un muchacho me dijo: ‘quítele el violín, usted sabe tocar muy bien’. Nunca había tocado con compañeros, pero sentía que sí la hacía, entonces, que comienzo a tocar y ya no me soltaron esos amigos que trabajaban con un conjunto de Lombardía. En ese tiempo vivía en Cuatro Caminos. En aquellos años tocábamos mucho, estaba barata la música y el dinero valía”.
Después de tocar en cantinas y botaneros, don Ricardo se trasladó a la ciudad de México y durante dos años estuvo tocando con mariachis. Posteriormente regresó a Apatzingán para seguir tocando con mariachis y formar su conjunto de arpa Los Canarios, en el que su hermano tocaba la vihuela y después el arpa. Después de este primer conjunto fundó Los Caporales de Santa Ana.
Rememoró que “en 1975 la maestra Irene Vázquez Valle vino a grabar a los conjuntos de arpa para ponerlos en competencia, hacer un disco y mandarlo a Antropología e Historia de Washington. Dijo que el que ellos escogieran haría una gira con gastos pagados por Estados Unidos. Dije ‘va a ser mentira’, pero no; al siguiente año vino otro y dijo que nosotros habíamos ganado. Casi no se la creía que íbamos a ir. Nos dejó 15 mil pesos a cada uno para comprar instrumentos y nuevas guayaberas. Allá hicieron películas para el Instituto de Antropología e Historia. Era un encuentro de puras repúblicas: Alemania, España y todas esas partes. Nos pusieron para ver con qué región se llevaba la música mexicana; andábamos tocando y unos se iban por un lado, otros por otro y nomás no podíamos tocar juntos. El día que llegamos a Washington iban de salida los alemanes y llegó uno que nos dijo que no se quería ir con las ganas de conocer la música mexicana. Nos subimos al cuarto y empezamos a tocar, con ellos sí nos dimos una agarrada, comenzamos como a las 6 de la tarde y eran las 2 de la mañana y todavía estábamos tocando con ellos que traían dos clarinetes, un acordeón de teclas y un bajo metálico. ¡Ya mero nos amanecíamos con polkas!”.
Don Ricardo Gutiérrez se mostró emocionado con la idea de ser homenajeado en el festival y expresó: “¡uno se siente muy grande con estos homenajes!”.
8 diciembre 2007
La Jornada de Michoacán
CARLOS F. MARQUEZ
El Festival Cultural de la Tierra Caliente en su quinta versión rinde homenaje al violinista Ricardo Gutiérrez Villa, quien compartió que su amor por la música nace de la agonía que vivió durante 13 días de su infancia, gracias a lo cual descubrió un arte popular que lo ha llevado a recorrer distintos caminos, recopilando saberes y sentimientos para formar un bagaje que le permite hermanarse en la música tradicional tanto con los músicos calentanos, como con el mariachi y el folclor alemán.
La Asociación Música y Baile Tradicional le rinde homenaje a Gutiérrez Villa mediante el Festival Cultural de la Tierra Caliente, que inició ayer y concluye el próximo domingo en la cerrada de San Agustín, porque este músico ha intercambiado su música con leyendas de la música popular como Juan Reynoso, además de conocer las distintas variantes de la música tradicional de la Tierra Caliente según sus diferentes subrregiones.
Cómo todo músico popular, el vínculo de don Ricardo Gutiérrez con la música se remonta a los días de la infancia: “resulta que yo me crié a un lado de La Huacana, en el rancho San Ignacio. Ahí sembrábamos con mis hermanos y mi padre. En el tiempo que había muchos elotes, ya los últimos de septiembre, íbamos porque había una plaga de tejones que dejaba la tumbazón de milpa. Yo tenía como 11 años e íbamos con otros de mi misma edad a cuidar con los perros la milpa. Un día de tanto ir, yendo caminando y llevando lamparillas iba por delante para alumbrar el camino. Al caminar pisé una culebra que le llaman Hocico de puerco, me mordió y sentí cómo que me había quemado. De ahí nos arrendamos y a los 10 minutos comencé a sentir que no veía y que iba a reventar de la ponzoña del animal desgraciado. Al rato ya no podía pisar y la pata se me puso bien gruesa. ¡Esa fue la causa por la que llegué a la música!”.
Con los dotes de buen narrador y haciendo alarde de ser portador de una rica tradición musical, además de la apreciable tradición oral, don Ricardo va soltando la historia sin dejar que el interés se pierda. Platica de bulto, se ríe y con la memoria aún fresca continúa: “duré como 13 días sin saber dónde estaba yo, sin saber de mí, como cuando te duermes. Me echaron de remedios hasta que se cortara la ponzoña, dicen los que me vieron que me arrastraba como la culebra, y dicen que lo hacía porque no habían matado al animal aquel. Me pusieron en la pierna un sapo grande, abierto, lo rajaron por el hocico y cuando me lo pusieron me quedó la carne negra, como el color del zapato. A los 13 días desperté”.
Una vez recuperado de la mordida del Hocico de puerco, comentó que anduvo tres años con muletas y sin poder hacer las faenas del campo. Años atrás, cuando el vigor de sus piernas no se encontraba menguado, gustaba de acompañar en los fandangos a don Ambrosio Vázquez, un violinista que era compadre del padre de Gutiérrez Villa y que fue una figura fundamental para su iniciación en la música popular.
Sobre la bondad de Ambrosio Vázquez recuerda don Ricardo: “me regaló un violincito viejito que lo tenía al pie del fogón. Me dejó el violín afinado y de regreso a mi casa, en una hora ya podía tocar Dos palomas al volar y a los ocho días ya tocaba Juan Colorado y muchos sones, nomás de pura oreja y de escucharlas en el radio. Esa fue la historia, por eso me enseñé a tocar, porque no salí a trabajar”.
Sobre la aceptación de su padre respecto a que se dedicará a la música tradicional comentó: “mi papá primero me indujo a la música; nos compró una guitarra cuando éramos chiquillos y cuando tenía el violín me dijo: ‘te voy a decir lo que te va a pasar: te van a mentar la madre luego luego y tú eres corajudo’. Pues que me la mienten porque le toco bien al violín y no porque no sirvo, le dije yo”.
Mucho tiempo tocó en solitario don Ricardo hasta que pudo demostrar sus cualidades públicamente, pero para comprender el curso de su trayectoria, nos habló de su carácter andariego: “yo vivo en Apatzingán, pero mi mero pueblo natal es Nocupétaro, Michoacán, acá por donde está el Cristo milagroso de Carácuaro. En Apatzingán está un rancho que se llama El Seguidor, de donde era un grupo muy famoso: Los Hermanos Jiménez. Llegué ahí y estaba tocando un grupito de arpa; le pedían sones al del violín, pero nada podía tocar, sólo el Son de la Gallina y El pasajero. Yo me había tomado unas cinco cervezas y un muchacho me dijo: ‘quítele el violín, usted sabe tocar muy bien’. Nunca había tocado con compañeros, pero sentía que sí la hacía, entonces, que comienzo a tocar y ya no me soltaron esos amigos que trabajaban con un conjunto de Lombardía. En ese tiempo vivía en Cuatro Caminos. En aquellos años tocábamos mucho, estaba barata la música y el dinero valía”.
Después de tocar en cantinas y botaneros, don Ricardo se trasladó a la ciudad de México y durante dos años estuvo tocando con mariachis. Posteriormente regresó a Apatzingán para seguir tocando con mariachis y formar su conjunto de arpa Los Canarios, en el que su hermano tocaba la vihuela y después el arpa. Después de este primer conjunto fundó Los Caporales de Santa Ana.
Rememoró que “en 1975 la maestra Irene Vázquez Valle vino a grabar a los conjuntos de arpa para ponerlos en competencia, hacer un disco y mandarlo a Antropología e Historia de Washington. Dijo que el que ellos escogieran haría una gira con gastos pagados por Estados Unidos. Dije ‘va a ser mentira’, pero no; al siguiente año vino otro y dijo que nosotros habíamos ganado. Casi no se la creía que íbamos a ir. Nos dejó 15 mil pesos a cada uno para comprar instrumentos y nuevas guayaberas. Allá hicieron películas para el Instituto de Antropología e Historia. Era un encuentro de puras repúblicas: Alemania, España y todas esas partes. Nos pusieron para ver con qué región se llevaba la música mexicana; andábamos tocando y unos se iban por un lado, otros por otro y nomás no podíamos tocar juntos. El día que llegamos a Washington iban de salida los alemanes y llegó uno que nos dijo que no se quería ir con las ganas de conocer la música mexicana. Nos subimos al cuarto y empezamos a tocar, con ellos sí nos dimos una agarrada, comenzamos como a las 6 de la tarde y eran las 2 de la mañana y todavía estábamos tocando con ellos que traían dos clarinetes, un acordeón de teclas y un bajo metálico. ¡Ya mero nos amanecíamos con polkas!”.
Don Ricardo Gutiérrez se mostró emocionado con la idea de ser homenajeado en el festival y expresó: “¡uno se siente muy grande con estos homenajes!”.
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